Mario Escobar (1915-1982)
Nació en San Salvador, en 1915. Aunque estudió Contaduría, en su adultez se interesó por el arte. Según Jorge A. Cornejo en La pintura en El Salvador, Escobar describió su así aprendizaje: “No fui niño prodigio. Tampoco fui ‘pintor joven,’ pues el morbo de la pintura me atacó en forma alarmante, cuando ya tenía 30 años. Tampoco fui autodidacta. Tuve muchos y muy buenos maestros: aquí de 1944 a mediados de los años 50; en México, de finales del año 1950 hasta 1954.” Estudió pintura con José Mejía Vides en la Escuela Nacional de Artes Gráficas desde 1944 hasta 1949. Luego, continuó con el reconocido pintor mexicano Carlos Orozco Romero en la Escuela San Carlos, en México, entre 1950 y 1954. Al finalizar sus estudios en México, regresó al país y trabajó en la Compañía Algodonera.
Escobar viajó a Europa donde conoció las obras de los grandes maestros europeos, quedando impresionado por Giotto, Modigliani, Vermeer y Rembrandt. Según Cornejo, “En permanente tránsito la inquietud del pintor trata de asimilar los hallazgos de los grandes maestros, sin olvidar ni apartarse nunca de su realidad, amando su propia geografía, con el corazón abierto a su mundo sencillo y cotidiano.”
En 1966-1967, cofundó, junto con los artistas José Mejía Vides, Camilo Minero, Armando Solís y el crítico de arte Jorge Cornejo, la “Casa del Arte” en la Calle Arce, en la cual exhibieron varios de los artistas conocidos como “Los Independientes”, todos alumnos de Mejía Vides. Escobar exhibió en la Casa del Arte hasta que cerró, en 1973. Mucha de su obra se encuentra fuera del país. Falleció en 1982.
Escobar fue pintor y dibujante. Aunque pintó paisajes, bodegones y cuadros abstractos, la mayoría de sus cuadros representan a las niñas y mujeres salvadoreñas. Su obra se destaca tanto por su temática costumbrista en homenaje a las niñas del pueblo, como por su colorido cálido y la “atmósfera vaporosa” representada en sus óleos. Según Luis Salazar Retana en Pintura contemporánea de El Salvador, su obra estaba llena “de mucha gracia, plena de espiritualidad y con esa atmósfera densa y vaporosa, es el cuadro ‘Rosa y Eugenia adornan las palmas,’ en donde el colorido de nuestra tradición se baña de esa atmósfera resplandeciente, cobriza, de algunos cuadros de Mario.” Cornejo lo describe así: “Es el colorista del color nativo que nos recuerda los días festivos en los pueblecitos, donde todas las mujeres estrenan ropa nueva irisadas por un sol canicular…sus colores están aquí inundándonos con toda su calidez tropical.”